Desde que volvimos de las vacaciones de invierno esperaba con ansias agosto, donde el colegio se llena de colores e historias. Nuestro carisma nos da un sacudón que nos renueva el alma para no decaer y  nos carga de pilas para el resto del año.

El festival dominicano era algo escuchado hace relativamente poco, pero que hasta ese momento no tenía su lugar de gran importancia como otros eventos del colegio. Este 8 de septiembre dejó marcas en nuestro corazón, tenemos una mirada distinta…

La propuesta nos llegó abiertamente a todas las chicas de 4º y 5º para ayudar (ya que las de 6º estaban en Bariloche). Acepte con entusiasmo sin pensar la magnitud del acontecimiento,  a lo que íbamos a llegar. Cuando nos reunimos por primera vez me lleve una sorpresa que encendió mi corazón y le dio a mis piernas y manos ganas de moverse por este ideal que nos unía. Me encontré con rostros nuevos, chicas con la que jamás  hubiese imaginado trabajar, rostros de chicas a las que tal vez creía que estaban en otros ámbitos, a los que nunca pensé tener cerca.

Surgieron miles de ideas y de voluntades, de ganas de hacer y  poner lo mejor de cada una! Y así, en un rico intercambio y en un continuo entender que las cosas salen bien cuando cada uno pone su ladrillo es como pudimos sentir el lema de nuestro mes dominicano hecho vida en nuestros días “De la hostilidad a la hospitalidad. Tuvimos que abrirnos a ese rostro que no conocíamos pero que dentro de su corazón tenía un motor igual al mío, que impulsaba con ternura a querer regalar este día a nuestra Madre como humilde regalo de nuestra herencia.

Y  se hizo la luz, lo que a mi parecer contagio como nunca una alegría de pertenencia, un amor a nuestras raíces y  poder mostrárselas a otros que no la conocían. Ese día pudimos tomar conciencia donde estábamos, por quien estábamos y porque, cuál era nuestro mensaje al mundo, que queríamos hacer, cómo romper los muros de la hostilidad hoy.

Ya llegando la tarde, luego de una cansadora mañana nos pusimos en camino a romper otros muros, traspasar fronteras… las de la indiferencia, las del desinterés, las del egoísmo y la discriminación. Como hace 130 años atrás, abrimos las puertas de lo que somos y dimos un paso hacia el corazón abierto de nuestros hermanos para abrazar a los otros que forman parte de nosotros, a los niños nuestros, a los que sufren. Abrazamos el Hospital de Niños

Como lo hizo Madre Elimina, en un día gris, pero esta vez con unas cuantas manos más, bien aferradas, sin ganas de dejar de abrazar, cantamos “mientras haya algún gemido de dolor alguna voz que reclame verdad, esa será la razón de continuar lo que ella empezó…” (Por Victoria Cornet)